quarta-feira, 10 de janeiro de 2018



Cuento la historia sin creerme el final dictado.
Ni las cazuelas se llenaron
siempre que la voz se alza pidiendo equidad,
ni el nombre avanza con más celeridad hacia la Tercera
que cuando se pronuncia involucrado de lluvia.

Las plazas siguen teniendo fugas;
ellas se aprietan las convocatorias en fechas señaladas
y ansían el amor libre fuera de domingos comerciales.

Los contenedores jamás han vivido una paz tan duradera
en época de hambre y disimulo.

No obstante, la especie evoluciona.
Se sabe esclava de su condición,
                                      y eso ya es mucho saber.

En el siglo XXI,
apenas un par de décadas después de su inicio
la vocación de libertad está demodé.
Dos asalariados valen una paga,
un funcionario sacia el doble de amargor
por menos de un sobre de sacarina.

La Seguridad Social es ese lugar donde duele la vida privada
y los enfermos son más subjetivos que en los espacios de Topor.

La justicia es un producto por encima de nuestras posibilidades.

No hay arcén para la disidencia,
no hay alternativa para el que piensa que vivir
es un derecho y no una subvención.

Cuento la historia sin intención de creer.
Los bocados de argumento están naciendo ahora.

La esperanza viene de hoy.


  Saravia. Rafael. El abrazo contrario. Madrid: Bartleby Editores, 2017, pp 32-33 (Frontispicio de Antonio Gamoneda).
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