quarta-feira, 23 de maio de 2018


                                          Libérame Dómine


Salva mi corazón de la tristeza, de la memoria de ese muchacho que ve alejarse el humo de los barcos y fluye en él la compasión. Líbrame de los que viajan, del puríssimo hilo que une la yema de los distantes, de la abeja y su hélice, de todo lo que derramado en miel se esparce en mi alma como una estela de leche.

Líbrame del mar, de ese mar que soñé como un bosque sin pájaros, de las voces que oí, el grito de la luz al romperse las lámparas y el estambre de nácar con que la tañedora de arpa roza la libélula verde de la que manan los sueños.

Y huya también mi corazón de los camarotes de plata, del gesto de la institutriz que va atenta al centauro, que va atenta al deseo cuando el marabú de la noche extiende sus sedas sobre los cuerpos desnudos, sobre los cuerpos con fiebre como jardines dormidos, vigilantes los ojos que solo ven en lo oscuro la curiosidad de su anhelo: el vaho caliente de la sangre de um cisne.

Sálvame del filo de sus párpados muertos, del crótalo sin labios que oiré toda la muerte, que oiré toda la vida tallado en maravilla porque hay obscenidad en mi alma y otros meteoros y hay presentimiento, rosas de calcio debajo de la nieve, geodas con el pétalo auroral de la Luna, ángeles de cera derritiendo cuchillos.

Salva mi desolación de esa certeza, de la viudez y su hebra de oro con la que bordarás esta sábana. Y así, por el cristal de lo que hierve sin término, vendrán a mi corazón todas las cosas, el gamo que engendra bajo los racimos de hielo y luego, desciendo a los pastos, instaura el rito de la primavera; el ánade que en la viitrina de los taxidermistas tan desesperadamente respira lo último de su música; la jaula vacía del bisonte, los ojos desbordados de ese niño que perdido por el laberinto de los zoológicos conoce por primera vez la angustia y se sobresalta y huye de un relàmpago que no lo persigue.

Líbrame del silencio, salva mi soledad de esa sombra perfecta, porque bajo las constelaciones los amantes se envían cartas y escarcha y métodos para el amor, y se escriben palabras indescifrables y tienen presencias y revelaciones, y y esa tinta los humedece de lágrimas y los hace ser tristes y vagan por los parques, en la docilidad, tras el júbilo.

Hasta que una mañana no regresan del Pataíso, y en la casa de huéspedes la sirvienta, al descorrer los visillos, descubre el vacío y grita y da grandes aullidos filológicos y se produce entonces el florecimiento de la poesía.

Líbrame, sálvame de la claridad sobre las láminas de la escritura.


  Mestre, Juan Carlos. La Poesía Ha Caído En Desgracia. Madrid: Calambur Editorial, 2014, pp 134-135.
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