terça-feira, 1 de maio de 2018

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Sabía que esos ojos albergaban
alfileres de fuego,
como una acupuntura milenaria
donde nace el rocío,
en los últimos racimos de las horas.
Maldita la belleza
que se viste de luz y nos confunde.
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Sabía que esos ojos encendían
mil cristales de sal
en la frontera misma de los labios,
devorando la carne y la inocencia
del corazón bilingue de la noche.
Maldita la belleza
que nos aturde con su terciopelo.
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Sabía que esos ojos conjuraban
exorcismos de lluvia,
aderezando las ansias de verano
con el compás abrupto de una nota
de saxo curvilíneo
en un cuerpo sin norte.
Maldita la belleza
que nos embarga el alma y la extravía.
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Sabía que esos ojos restallaban
un castigo de látigos sin sangre.
La afrenta poderosa de los dedos,
del que dejó su rostro en el camino
y se puso la máscara
lasciva de la fiesta.
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Maldito todo pulso
que no se deje clavar en la locura
como una mariposa
cuyo único destino
fuera morir libando el néctar de la noche.
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Bendita la belleza que regresa
hasta el primer albor de la inocencia.
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Aganzo, Carlos. Las voces encendidas. Madrid: Visor Libros, 2010, pp 33-34.
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Sessão no Salón de Actos del BBVA em Valladolid,
 28 de outubro de 2017.